domingo, 25 de diciembre de 2011

"EL ULTIMO REGALO DE NAVIDAD"


Aquella noche se había convertido en la noche mas larga de toda mi vida. A pesar de que ya casi iba a amanecer mis zapatos seguían igual de vacíos. Estuve toda la noche haciéndome el dormido para tratar de descubrir cómo llegaban los regalos de navidad. La cobija la tenía sobre mi cabeza y había dejado una pequeña rendija por la que mi ojo derecho mantenía en vigilancia mis zapatos, lugar donde todos los años Santa ponía mis obsequios.
Ya el sueño estaba a punto de rendirme cuando de pronto escuché unos pasos que se acercaban a la puerta de mi cuarto. Cerré los ojos cuando la puerta comenzó a abrirse lentamente y escuché la voz de mi madre que decía:

-Aún está dormido, trae las cosas.

Al instante mi padre respondía en tono muy bajito:

-Sí, ¿Quién lo iba a decir? Dormido, parece un angelito.

Abrí un poquito los ojos y pude ver a mi padre poner junto a mis zapatos una caja con un lazo azul. Luego mi madre se acercó hacia mí, apartó un poco la cobija y me dio un beso en la frente al tiempo que decía:

-Feliz navidad hijo mío.

Mi padre la abrazó en silencio y sin hacer el menor ruido salieron de mi habitación.
Yo estaba muy confundido, no sabía si estar alegre por el obsequio o estar triste por descubrir que no era verdad lo que siempre me habían dicho: que quien traía los obsequios era Santa.
Apenas cerraron la puerta me levanté y abrí aquel regalo. Aún con mi cabeza llena de dudas debo confesar que la curiosidad por descubrir el contenido de la caja era mucho más importante en ese momento para mí.
¡Que regalo mas extraño!, era una caja de madera vacía que en la tapa tenía tallada la palabra “ILUSION”. Mis padres me habían regalado una caja vacía. Confieso que mi desagrado y mi disgusto fueron bastante grandes. Tomé la caja y con paso de niño bravo fui al cuarto de mis padres y les reproché:

-¿Por qué me regalaron esto que no tiene nada adentro? ¿Por qué me mintieron y Santa son ustedes?

Mis padres se miraron el uno al otro con preocupación. Mi madre me dijo:

-¿Por qué piensas que Santa no existe?

-Porque  estuve toda la noche despierto y vi cuando ustedes dos pusieron mi regalo al lado de mis zapatos.

-¿Qué más viste?

-Eso fue todo lo que vi.

-¿Entonces no viste que cuando lo colocamos en tus zapatos te lo dimos con amor? ¿No sentiste el beso que te di en la frente? ¿No sentiste cuando tu padre y yo te miramos con la alegría de tener el mejor hijo del mundo?

-Sí, pero ¿Y Santa?

-Santa es un espíritu. ¿No has oído hablar del espíritu de la navidad?

-Si.

-El espíritu de la navidad es un sentimiento que por causa del amor hacia los semejantes, despierta en las personas, el deseo de agradarles. ¿Y qué mejor manera que dando un obsequio?

-¡Pero ustedes me dijeron que Santa existe!

-Sí, y siempre que el amor exista, él siempre existirá.
-No entiendo nada.

Mi padre intervino y me dijo:

-Mira hijo: hace muchos años en un pesebre nació un niño que transformó al mundo. El nació en un lugar tan pobre que solo podía recibir el calor de su madre, su padre, una mula y un buey. ¿Pero sabes qué?  El lo primero que recibió fueron los obsequios de unos reyes, que sin esperar nada a cambio, fueron hasta aquel pesebre a rendirle homenaje. Con el tiempo ese niño se hizo hombre y nos amó tanto que fue capaz de morir por nosotros para darnos y enseñarnos el mayor de los regalos: su amor.
También Santa vivió hace muchos años y él, también en su amor, daba obsequios a las personas mas necesitadas. El espíritu del niño de Belén tocó el corazón de Santa y el espíritu de Santa tocó nuestro corazón y el de todos los padres del mundo. Por eso los has tenido y siempre, mientras nosotros estemos, los seguirás teniendo.

Después de escucharlos les dije:

-Si, pero: ¿Para qué sirve una caja de madera que está vacía?

Mi mamá me dijo:

-Es una caja de truco. El fondo es removible y allí podrás tener tus secretos muy bien guardados.

Efectivamente, la caja tenía un fondo removible. Al abrirlo miré que estaba mi última carta a Santa: “Querido Santa, este año solo quiero pedirte un regalo verdadero, que sea duradero, que no se rompa y dure para siempre”.
Todo el día la pasé con mi caja. Aquella noche me senté con ella en la cama. Abría y cerraba a cada instante la tapa y miraba su fondo vacío. De pronto comencé a pensar que siempre yo había recibido cosas pero eran muy pocas las que yo había dado: di una galleta a Rufo ni perro, di una pelota a Andrés hace mucho tiempo, le di un lápiz a Laura en la escuela cuando a ella se le olvidó el suyo… Pensé… Pensé… ¡No había dado mas nada!
Esa noche decidí que eso cambiaría y les aseguro que mientras tomaba esta decisión, polvo de estrellas calló sobre mi cabeza y les aseguro que a lo lejos, o más bien sobre el techo de la casa me pareció oír: ¡Jo…Jo…Jo!
Ya han pasado muchos años y el tiempo me ha permitido descubrir que Santa verdaderamente existe, siempre y cuando nuestro corazón, esté lleno de bondad. Aquella caja al transcurrir de los años la fui llenando con la ilusión de las cartas de mis hijos a Santa, escritas con letras de aprendiz. Luego vinieron las cartas de las nietas y nietos con su respectiva carga de ilusión. ¡Y por fin! Pude entender que Santa sí existe en nuestros corazones y que aquella navidad me dio el más maravilloso de los obsequios, un regalo verdadero, que sea duradero, que no se rompa y dure para siempre: El amor. ¡Feliz Navidad!

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado, pasó por un zapatito roto y la próxima semana te cuento otro.

Recuerda: “Todos los niños son buenos y conservar la ilusión es el acto de amor mas hermoso que existe”


domingo, 18 de diciembre de 2011

"PAQUITO Y LA NOCHE DE NAVIDAD"



Aquella era una noche aparentemente como todas las demás. Hacía un poco de frío y Susana, la mamá de Paquito, le había puesto un abrigo de lana gruesa para que le diera calor. Luego de cenar, Ramón, su papá, los invitó a sentarse en el porche de la vieja casa y los tres se acomodaron en las sillas de jardín, hermosamente adornadas con flores alrededor, que la mamá de Paquito había dispuesto.
Ramón sacó su reloj de bolsillo y mirando la hora dijo:

-Ya falta poco para que sea navidad.

-¿Cuánto falta? –Preguntó Paquito un poco impaciente- pues ya sabía que ésa era la noche por la que había esperado todo el año.

-Un poco más de una hora.

-¡Que bueno! ¡Pronto tendré mi regalo!

-Si Paquito-dijo la mamá-.

-Aun recuerdo como si fuera ese mismo instante, cuando yo me sentaba en este mismo lugar con mis padres e igual que tú, estaba inquieto y preguntando ¿Cuánto falta para la navidad?

-¿Papá y tú eras igual de preguntón que yo?

-No, yo preguntaba mucho más.

-Papá. ¿Cuál fue la mejor navidad que tuviste?

-Fue cuando tenía diez años. “Esa para mí fue una edad bastante difícil, pues, mis amigos en la escuela se burlaban mucho de mí porque yo creía en Santa y ellos no. Me decían: “Ramón tu si eres tonto, tan grandote y creyendo en Santa, ¿Tú no sabes que Santa no existe y que el que trae los juguetes es tu papá?”. Yo discutía acaloradamente con ellos defendiendo a Santa. Y cada vez que llegaba del colegio corría hasta donde estaba mi papá y le preguntaba: Papá, ¿Existe Santa? Y mi papá siempre me daba la misma respuesta: “Busca en tu corazón”.
Aquella navidad había sido muy difícil para todos en nuestro pueblo. El aserradero, que era el lugar de trabajo de mi papá, estaba cerrado porque había guerra en otro país y tenían que ir a prestar servicio la mayoría de los hombres. Mi papá no fue porque, a raíz de una caída de un caballo quedó cojo del pié derecho. Así pues, no había trabajo para nadie y lo poco que había, apenas alcanzaba para comer.
La noche de navidad, nos sentamos: mi mamá, mi papá y yo, aquí en este mismo porche, después de cenar, a mirar las estrellas y a hablar de la navidad. Yo continuamente interrumpía a mi papá para preguntar:¿Cuánto falta?. Era tanta la insistencia que mi papá me dijo: “Esta navidad no habrá Santa”. Yo quedé pasmado. Dentro de mí se había producido un profundo vacío.

-¿Por qué?- Pregunté.

-Tú has sido siempre un buen muchacho y un excelente hijo, merecedor de los mejores obsequios, pero en esta navidad solo hay para comprar comida. Pero Santa puede traer lo que uno pida, le decía a mi papá con insistencia. Mi padre me miró, me abrazó y me dijo: “Busca en tu corazón”. Mi mamá también me abrazó y me acompañó hasta mi cama y después de abrazarme me dijo: ¡Feliz navidad Ramón! Y me besó en la frente.
Al día siguiente me desperté muy temprano y corrí hasta el árbol de navidad, pero no encontré nada. Santa se había olvidado de mí. ¿O sería que lo que decían mis amigos de la escuela era verdad y Santa no existe?
Aquella mañana nos sentamos a desayunar unos huevos con pan y leche tibia. Mis padres estaban tan contentos como siempre, como si nada hubiera pasado, como si no les importara que Santa no hubiera venido. Yo me sentía muy mal. Casi no hablé durante todo el día. Mis padres de vez en cuando me miraban con preocupación, se acercaban y me daban una caricia. Esa tarde, después de ayudar a recoger los huevos y llevarlos a la cocina, oí voces en la entrada de la casa. Era Don José que hablaba con mi papá, de repente, ambos me miraron y me hicieron señas de que me acercara. Mi papá me dijo: Don José se va de nuestro pueblo a vivir con su hija en el Norte y tiene algo para ti. Don José estiró la mano y colocó en las mías las riendas de un hermoso caballo, tan blanco como su barba. Quedé sorprendido y a la vez feliz y contento. En la noche, cuando cenábamos le dije a mis padres: “Busqué en mi corazón, al principio encontré desilusión, luego tristeza, después resignación y luego alegría” luego entendí que el regalo de navidad de Santa fue: empezar a convertirme en hombre”.

-Y tú mamá ¿Cuál fue tu mejor navidad?

-Mi mejor navidad fue hace pocos años: “Me encontraba yo sembrando unas flores detrás de la casa cuando algo llamó mi atención. Había algo enterrado en la tierra, justo en el lugar donde iba a sembrar la plantita. Poco a poco fui escarbando para no causar daño al objeto encontrado. Era una lata con tapa de rosca. Traté de abrirla, pero estaba muy dura, el tiempo y la humedad casi la habían sellado. Puse la lata a un lado, sembré la mata y me llevé la lata a la cocina. La puse sobre una repisa y comencé a preparar la cena de navidad. Aquella noche, recuerdo que estabas en tu cuna y tu padre y yo mirábamos como movías con fuerza tu sonajero. Nos hacía gracia ver el esfuerzo que hacías con tus pequeñas manos. Cuando al fin te quedaste dormido, tu padre y yo nos fuimos a tomar un poco de chocolate a la cocina. De pronto, tu padre vio en el estante la lata toda vieja y me preguntó que hacía esa lata allí .Yo le conté lo sucedido y le pedí que me ayudara a abrirla. El la tomó entre sus fuertes manos y aflojó la tapa, me la dio para que yo la terminara de abrir y me dijo: ¿Qué tiene? Hay una sortija de juguete un caramelo muy viejo y una carta que decía: “Hola Santa, aquí está mi anillo mágico y el mas sabroso de los caramelos que pude comprar en la tienda del pueblo. Espero que tengas una feliz navidad y no te olvides de mi muñeca”. La carta la firmaba Susanita y abajo estaba dibujado un Santa y un beso. De pronto recordé que cuando era niña muchas veces vine a jugar con tu papá aquí porque desde que tengo memoria somos vecinos. Y en una navidad nos pusimos de acuerdo y enterramos nuestros obsequios para Santa. Cuando llegó navidad y recibimos nuestros regalos fuimos a desenterrar el de tu papá y no lo encontramos, creímos que se había llevado las dos latas. Fue muy hermoso después de tanto tiempo encontrar mi lata para Santa”.

Paquito nunca había tenido una idea tan buena como la de las latas y las cartas a Santa.

-Mamá, ¿Tu crees que si yo pongo un obsequio para Santa en un frasco él se lo lleve?

-Es probable

Paquito salió corriendo a su cuarto, escribió algo en una hoja, metió un carrito en el frasco y lo tapó.

-Mamá, ¿Dónde lo puedo enterrar?

-Allí, junto a ese árbol.

Aquella noche Paquito enterró para Santa aquel frasco. Esa navidad fue extraordinaria e inolvidable, Paquito recibió un juego de damas, una pelota y una trompeta que sonaba y todo. Y cuenta la historia que pasado mucho tiempo… un bisnieto suyo haciendo unas remodelaciones en la granja encontró el frasco, el carrito y la carta y en ella se leía: “Santa quisiera aprender a buscar dentro de mi corazón y permite que el carrito que está aquí pueda llegar a manos de un niño bueno. ¡Feliz navidad!”

-¿Qué es eso? 

-Parece que es una carta del bisabuelo a Santa.

-¡Que carrito mas bonito!

-Creo que al bisabuelo le gustaría mucho que jugaras con él.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado, pasó por un zapatito roto y la próxima semana te cuento otro.
Y recuerda: “Todos los niños son buenos y algunos ven a Santa donde otros no lo ven”.

domingo, 11 de diciembre de 2011

"Teresa, una historia verdadera"



Hace mucho, pero mucho tiempo, había un anciano que le gustaba mucho trabajar con las manos. Hacía cosas muy hermosas: cofrecitos, trenes, carros, casitas, carretillas y muchas cosas más; Todo con la mejor madera traída de la comarca El Tronco Leñoso, famosa por su refinada producción de maderas preciosas, ideales para la fabricación manual.
Aquel día había sido muy bueno, Don Simeón había construido una locomotora y cuatro vagones de carga tamaño miniatura, y de no ser por su tamaño todos pensarían a simple vista, que la locomotora caminaría sola en cualquier momento. Los detalles eran increíbles: chimenea, fogón, silbato, escalerillas…, todo tan natural. Don Simeón era un auténtico artista.
A pesar de lo bonito del trabajo don Simeón estaba muy cansado, sus ojos estaban ya muy fatigados y sus piernas andaban arrastrando los talones poco a poco. Ya su cuerpo no era el mismo, su espalda ya no estaba tan derecha como cuando era joven y su cuerpo, con el paso de los años, se hacía más pesado y más lento.
Sacó la llave de su bolsillo y echando una mirada más a su trabajo, cerró con mucho cuidado la puerta de su taller. Al pasar por la sala de su casita de troncos atrapó una galleta de chocolate que se encontraba sobre la mesa del comedor y saliendo por la parte trasera de la casa se dirigió a su lugar favorito, allá bajo ese naranjo en la colina, donde siempre se sentaba con Teresa a contemplar como siempre el atardecer. Ya Teresa no estaba con él, ella había partido al país de nunca jamás. Sin embargo siempre iba al mismo naranjo y en su imaginación hablaba con Teresa y le decía:

-Hoy hice un tren, es igual al tren de la comarca de Los Mil Amores, que fue donde te conocí cuando viajabas a Tronco Leñoso.
¿Recuerdas Teresa cuando te vi sentada en frente de la ventana viendo los bosques y te dije que estabas en mi lugar?
Te sonrojaste mucho y me pediste disculpa. Yo siempre creí que lo hiciste a propósito solo para conocerme…

Y así dejando volar su imaginación como todos los días de aquellos años, Don Simeón se quedó dormido tan profundamente que tan solo podía soñar.

-¡Oye! ¡Oye!

-¿Si? ¿Quién me habla?

Restregándose los ojos y tratando de aclarar su mente puso atención y… frente a él estaba de pie un hombre grande, de barbas blancas, traje rojo, guantes blancos y detrás un trineo lleno de muchos regalos.

-Estoy buscando la comarca del mejor tallador y ebanista de todas las comarcas.

-¿El mejor tallador y ebanista de todas las comarcas?

-Si, solo trabajo con lo mejor. Me han dicho que su nombre es Simeón

-No conozco a ningún Simeón, al único que conozco con ese nombre es a mí.
Yo me llamo Simeón.

¿Eres tú el que construyó una casa de madera con pisos de cristal para una niña en la comarca? ¿Eres tú el que construyó un cofre de nogal con corazones tallados en su base? ¿Eres tú el que construyó un pequeño auto de policía para el niño Tito? ¿Eres t…?

-Si, soy yo. Y tú ¿Quién eres?

-Los niños me dicen Santa, los jóvenes me dicen gordito y otros  dicen que no existo.

-¿Santa?

-Si, soy Santa.
-Teresa siempre me habló mucho de ti y de lo que hacías por los niños que estudian, aman a sus padres, amigos y se portan bien. ¿Por qué me buscas?

-Porque tengo un gran problema

-¿Qué problema puede tener Santa, que de todo tiene y todo lo hace bien?

-Eso dice la gente, pero en realidad yo solo soy un despachador.

-¿Un despachador?

-Si, un despachador. El trabajo es de equipo. Tengo la ayuda de miles de duendes. Un grupo trabaja muy duro haciendo trajecitos, botones, cierres, sombreros, chalecos, pantaloncitos… Otro grupo hace dulces, tortas y galletas de todos los colores y sabores… Otro grupo fabrica bicicletas, patinetas, patines y todo lo que lleva ruedas… Otro grupo hace empaques, lazos, bolsos… Otro grupo está en el centro de operaciones: ¡Allí todo es de locura!, tarjetas y despachos a todas partes del mundo… Otro grupo está en el centro de recepción y de conversión de humo de cartas quemadas a cartas bidimensionales para descubrir si son ciertas o falsas las peticiones. Hace un tiempo trataron de confundirnos unos niños traviesos y enviaron una carta pidiendo un león para unos ancianitos y dos pingüinos para una jirafa… Otro grupo fabrica todo lo que es de madera, pero el ebanista está de huelga y dice que no trabajará sino hasta el día de Reyes y allí es donde entras tú… ¡Te necesito! Muchos niños dependen de ti.

-¡Un momento! ¿Cómo que dependes de mí?

-Si, Gladys pidió un cofre con su nombre en la tapa, Junior quiere zapatos de madera para su pinocho, Carlitos quiere un elefante de trompa hueca, Rosa quiere una casit…

-¡Para! ¡Para! ¿Quién te dijo a ti que yo quiero ir a trabajar contigo?

-Nadie, yo solo busco al mejor de todos los ebanistas y talladores de las comarcas.

Don Simeón no podía creerlo, con lo cansado que él estaba y este hombre con traje rojo quería llevarlo con él a trabajar en no sé dónde.

-¡Yo no voy a ninguna parte!

-Don Simeón, por favor, hágalo por los niños.

-No, lo siento.

Santa se entristeció y enjugó una lágrima que corría por su mejilla.

-Escucha, déjame contarte algo:
Hace mucho tiempo conocí una niña cuyos padres tuvieron que partir al país de nunca jamás. Esta niña sufrió mucho pues no tenía a nadie que la cuidara. Al principio vivió en la casa de sus padres, pero con el tiempo, los acreedores le quitaron la casa y la niña quedó sola y en la calle. Ella vivió lo mejor que pudo, escarbaba aquí y allá buscando su sustento. A veces algunas personas se compadecían de ella y le regalaban alguna ropa desvencijada o usada, pero ella siempre daba las gracias.
Siempre en las navidades se la pasaba caminando de aquí para allá mirando a los niños con sus padres y sus regalos. Felices, y todo aquello le hacía recordar a sus papás que tanto la quisieron y protegieron. También caminaba por los sitios de venta de comida y cuando estaba frente a ellos respiraba profundamente, tratando de saborear aquellos deliciosos platos por su aroma.
Cierto día uno de mis renos enfermó de estornudancia virulenta y tuve que detener mi viaje y aterricé en el bosque donde nadie me viera para no despertar sospechas. De pronto, escuché aquella canción tan hermosa en la voz de aquella dulce niña: “Noche de Paz, Noche de…”, me acerqué cautelosamente y la vi. Estaba frente a una fogata  moviendo un líquido algo espeso con un objeto que tenía un parecido a una gran cuchara.  Me dejé ver por ella y de inmediato me dijo:
-¡Santa! ¡Feliz Navidad!

-¡Jo, Jo, Jooo! Feliz navidad!

-¿Qué haces por aquí? ¡Ya es tarde y muchos niños te esperan!

Le conté lo que pasaba con mi reno. Ella se acercó, con un pañuelo limpió su nariz y le dio a beber lo que tenía calentito en la lata. Como si hubiera sido un milagro mi reno se puso brioso, saltarín y contento.

-¿Por qué no has enviado carta en todos estos años?

-Porque mis padres ya no están, se fueron al país de nunca jamás y no tengo a nadie que me ayude a escribir mi carta.

Aquello que dijo la niña me pegó muy duro en el corazón y de inmediato le dije:

-Desde ahora en adelante yo vendré siempre para que hagamos la carta juntos.

Agarré un papel de regalo y por detrás escribí lo que ella me dictó: “Quiero que cuando sea mayor tenga un hombre bueno a mi lado y vivir como mi papá y mi mamá y quisiera que cuando me vaya al país de nunca jamás siempre estemos juntos y ayudando a niños como yo”.

Don Simeón miró de arriba a bajo a Santa y le dijo:

-¡Aja! ¿Y Qué?

-A esa niña le regalé una casa de troncos para que viviera allí. Esa niña es Teresa.

Don Simeón quedó sorprendido, se acercó a Santa y le dijo:

-¿Mi Teresa?

-Si, ella.

-Está bien, me iré contigo.

-Santa pasó un brazo por la espalda de Simeón y juntos caminaron hacia el trineo.

Y dice la historia que cuando el trineo dio una vuelta alrededor del naranjo Don Simeón preguntó a Santa:

-¿Quién es ése que duerme al pie del naranjo?

-Un amigo que se fue al país de nunca jamás.  ¡Jo, Jo, Jooo!

Pasado un tiempo Don Simeón vio una ciudad rodeada de hielo por todas partes y mientras aterrizaba entre el bullicio de los duendes dando la bienvenida a Santa, escuchaba una voz familiar…

-¡Teresa!

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado, pasó por un zapatito roto y la próxima semana te cuento otro.

Todos los niños son buenos y todos los niños que conservan la ilusión tienen el mayor de los tesoros.

domingo, 4 de diciembre de 2011

"Una Carta Tres Deseos" Cuento de Navidad



Ya era muy tarde y Julieta estaba terminando de ponerse el pijama. Su mamá entró al cuarto a ver si ya estaba lista para ir a dormir, se acercó a ella y en un tono suave le dijo:

-Julieta: antes de acostarte recuerda hacer la carta para enviarla por la chimenea a Santa.

-Si mamá. ¿Tú crees que Santa leerá mi carta?

-¡Por supuesto!

-¿Crees que me concederá lo que le pida?

-¡Claro que sí!, has sido una niña muy buena ¿Por qué piensas que no te concederá lo que le pidas?

-Porque pienso pedirle tres cosas y creo que es mucho.

-Tranquila, no creo que tres cosas sean muchas.

-Bien, comenzaré a escribir la carta.

-Bueno Julieta, cuando termines apaga la lámpara y te acuestas.

-Si mamá. Buenas noches.

-Buenas noches Julieta.

La mamá de Julieta le dio un beso en la frente, la abrazó con mucho cariño y con una sonrisa en la cara salió del cuarto al tiempo que cerraba la puerta.
Julieta se sentó en el escritorio, sacó un hermoso papel con motivos navideños en los bordes y comenzó a escribir:

Querido Santa…

Eran las ocho de la noche cuando Julieta empezó la carta para Santa, ya habían pasado cuarenta y cinco minutos y la carta seguía igual:

Querido Santa…

Julieta se levantó de la silla, comenzó a caminar por el cuarto pensando que pedir a Santa. Recordó que en la escuela Lupe le había dicho que le pediría a Santa una muñeca. Luís pidió un carro de bomberos, una bicicleta, un juego de raquetas, un pizarrón y cuatro pelotas de distintos colores. Raquel le dijo que quería un acordeón. Paco un perrito y una correa de paseo…. Y así fue recordando todo lo que sus amiguitos pidieron. Se acercó a la ventana y miró hacia la casa de al lado. Ya era bastante tarde y las luces estaban apagadas, trató de fijar la vista hacia el cuarto de Alberto pero no pudo ver nada, ya todos dormían. Se sentó nuevamente en el escritorio y comenzó a escribir…
Eran casi las dos de la mañana cuando terminó su cartita a Santa, la dobló y le hizo un dibujo de un Santa en un trineo con los renos y debajo escribió: Concédemelo, Te quiero.
Apagó la lámpara y se acostó.
Al día siguiente su mamá la despertó con una taza de chocolate caliente y galletas que llevó a su cuarto.

-¿Qué tal la carta? ¿Está lista?

-Si mamá, esta noche la leeremos y la mandaremos por la chimenea.

-Bien Julieta,  toma este chocolate, está bien calentito pues hace mucho frío. No olvides abrigarte bien para ir al colegio, pronto será el tiempo de tomar el autobús.

-Si mamá.

Julieta se tomó su chocolate con las galletas y con su mochila y bien abrigada bajó la escalera hasta la sala, miró el árbol de navidad y algunos regalos que ya estaban debajo.

-¿Estás lista Julieta?

-Si, estoy lista mamá. Creo que ya viene el autobús. ¡Si mamá! ¡Es él!, me voy, te quiero.

Rápidamente la mamá salió de la cocina, besó a Julieta y la acompañó hasta el autobús.

-Chao, sé una buena niña.

Aquel día todos en la escuela hablaban sobre lo que pidieron a Santa, habían muchos grupos, cuando uno pasaba entre ellos escuchaba: No, el mío es mucho mejor. Esa muñeca es muy bonita, un carro de bomberos con manguera y todo. Un pony. Un juego de magia. Un barco de vela. Una antorcha olímpica.
¡Cientos y cientos de peticiones! María se acercó a Julieta y le preguntó:

-¿Ya hiciste la carta a Santa?

-Si, la hice anoche.

-¿Qué pediste?

-Es un secreto entre Santa y yo. No puedo decirlo.

-¿Es que acaso ya no eres mi amiga?

-Tú sabes que somos amigas. Lo que pasa es que no estoy segura de que Santa me traiga lo que pedí.

-¡Seguro pediste un palacio! El otro día dijiste que pedirías uno.

-No, no le pedí un palacio.

Sonó el timbre para la clase y así fue transcurriendo el día: Estudio, recreo, charlas, merienda… Hasta que llegó la hora de ir a casa.

-¡Hola mamá!

-¡Hola Julieta!

-¿Cómo estuvo el colegio hoy?

-Bien mamá, todos me preguntaban que había pedido a Santa, pero les dije que era un secreto.

-¿Un secreto?

-Sí

-¿Por qué un secreto?

-Porque no estoy segura de que Santa me conceda lo que le pedí.

-¿Por qué no te lo va a conceder? Si siempre que leemos la carta antes de ponerla en la chimenea, él siempre te ha traído lo que pides.

-Si mamá, pero esta vez es distinto.

La mamá de Julieta quedó muy intrigada con la respuesta de su hija.
El tiempo fue pasando y después de cenar se sentaron las dos cerca de la chimenea, Julieta había traído la carta…

-Bien Julieta, lee la carta antes de enviarla por la chimenea.

-Si mamá:

Querido Santa
            Hoy estuve pensando mucho sobre lo que te pediría para navidad. Pensé en una muñeca o en una casita de esas que traen sillitas, cocina y todo tipo de muebles, pero después de pensarlo mucho me decidí por tres cosas.
            La primera es que quisiera un papá porque desde que mi papá se fue al país de nunca jamás, mamá y yo estamos muy solas y mamá trabaja mucho.
            La segunda es que mi vecino Roberto ya no use la silla de ruedas y vuelva a caminar.
            La tercera es que quiero un costurero para que mi mamá pueda coser mejor.
            Se que tu estás acostumbrado a regalar carritos, muñecas y cosas muy bonitas pero, ¿Podrías traerme lo que te he pedido?
¡Feliz Navidad Santa!

Al oír la petición de Julieta a Santa, su mamá quedó sin habla, sus ojos se pusieron como sopa y estuvo a punto de llorar, no se sabe si de tristeza o felicidad.
Sin decir una sola palabra mas, entre las dos pusieron con cuidado la carta en el fuego de la chimenea. La carta se volvió primero fuego, luego ceniza y humo, saliendo por la chimenea en la noche, hacia el cielo estrellado.
Mientras tanto en la casa de Santa…

-¡Correo! ¡Correo! ¡Coooorrreeeoooooo! Grita un duende

La máquina transformadora de humo en cartas comenzó a sonar: campanazos, un timbre, dos gones largos y profundos, un redoble y cuatro silbatazos y por la parte de abajo sale impresa en color navidad, la carta de Julieta.

-¡Humm!, esto es serio – dice un duende – llamen al Jefe.

De inmediato aparece Santa limpiándose el bigote lleno del chocolate que estaba bebiendo.

-¿Qué pasa Poncy?

-Una Carta especial Jefe. Llena de sentimiento y de esperanza.

Santa se pone los lentes, estira la mano y comienza a leer la carta. Al terminar saca un pañuelo color navidad de su bolsillo y se seca una lágrima que incontenible resbaló por su mejilla.

-¿Pasa algo Jefe?

-No. Solo una basurita en mi ojo. ¡Rápido! ¡Comuníquenme con el Dr. Olafín, con Cupido y con Torque, Jefe de taller.

Pasan unos minutos y los tres solicitados se presentan ante Santa.

-¡Dr. Olafín!, necesito un informe del niño Roberto, el vecino de Julieta. El que perdió a su mamá en el accidente con el camión del aseo. ¡Torque! Fabrícame la mejor y más moderna máquina de coser y un costurero con agujas de todo tipo desde romas hasta puyudas. ¡Cupido! ¡Ven conmigo!.

Dice la historia que aquel día todos los duendes, Santa y los ayudantes trabajaron para cumplir los deseos de Julieta.
Ya han pasado varios años y Julieta aún recuerda cuando el papá de Roberto le regaló a su mamá una máquina de coser muy bonita con su costurero y cuando le dijo no sabía como, pero se había enamorado de ella; pero sobre todo recuerda el día de navidad cuando Roberto salió del hospital con muletas y sin la silla de ruedas.
Los deseos de aquella carta no llegaron todos la misma navidad, fueron regalos que llegaron en el momento oportuno y hoy sentada con Roberto en el jardín de la casa, mirando las estrellas decía:

-Sabes Roberto: Había una vez una niña que estaba terminando de ponerse la pijama y su mamá…

“Todos los niños son buenos y siempre que piden con fe obtienen lo que quieren en el momento oportuno”

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado, pasó por un zapatito roto y la próxima semana te cuento otro.