Aquella noche se había convertido en la noche mas larga de toda mi vida. A pesar de que ya casi iba a amanecer mis zapatos seguían igual de vacíos. Estuve toda la noche haciéndome el dormido para tratar de descubrir cómo llegaban los regalos de navidad. La cobija la tenía sobre mi cabeza y había dejado una pequeña rendija por la que mi ojo derecho mantenía en vigilancia mis zapatos, lugar donde todos los años Santa ponía mis obsequios.
Ya el sueño estaba a punto de rendirme cuando de pronto escuché unos pasos que se acercaban a la puerta de mi cuarto. Cerré los ojos cuando la puerta comenzó a abrirse lentamente y escuché la voz de mi madre que decía:
-Aún está dormido, trae las cosas.
Al instante mi padre respondía en tono muy bajito:
-Sí, ¿Quién lo iba a decir? Dormido, parece un angelito.
Abrí un poquito los ojos y pude ver a mi padre poner junto a mis zapatos una caja con un lazo azul. Luego mi madre se acercó hacia mí, apartó un poco la cobija y me dio un beso en la frente al tiempo que decía:
-Feliz navidad hijo mío.
Mi padre la abrazó en silencio y sin hacer el menor ruido salieron de mi habitación.
Yo estaba muy confundido, no sabía si estar alegre por el obsequio o estar triste por descubrir que no era verdad lo que siempre me habían dicho: que quien traía los obsequios era Santa.
Apenas cerraron la puerta me levanté y abrí aquel regalo. Aún con mi cabeza llena de dudas debo confesar que la curiosidad por descubrir el contenido de la caja era mucho más importante en ese momento para mí.
¡Que regalo mas extraño!, era una caja de madera vacía que en la tapa tenía tallada la palabra “ILUSION”. Mis padres me habían regalado una caja vacía. Confieso que mi desagrado y mi disgusto fueron bastante grandes. Tomé la caja y con paso de niño bravo fui al cuarto de mis padres y les reproché:
-¿Por qué me regalaron esto que no tiene nada adentro? ¿Por qué me mintieron y Santa son ustedes?
Mis padres se miraron el uno al otro con preocupación. Mi madre me dijo:
-¿Por qué piensas que Santa no existe?
-Porque estuve toda la noche despierto y vi cuando ustedes dos pusieron mi regalo al lado de mis zapatos.
-¿Qué más viste?
-Eso fue todo lo que vi.
-¿Entonces no viste que cuando lo colocamos en tus zapatos te lo dimos con amor? ¿No sentiste el beso que te di en la frente? ¿No sentiste cuando tu padre y yo te miramos con la alegría de tener el mejor hijo del mundo?
-Sí, pero ¿Y Santa?
-Santa es un espíritu. ¿No has oído hablar del espíritu de la navidad?
-Si.
-El espíritu de la navidad es un sentimiento que por causa del amor hacia los semejantes, despierta en las personas, el deseo de agradarles. ¿Y qué mejor manera que dando un obsequio?
-¡Pero ustedes me dijeron que Santa existe!
-Sí, y siempre que el amor exista, él siempre existirá.
-No entiendo nada.
Mi padre intervino y me dijo:
-Mira hijo: hace muchos años en un pesebre nació un niño que transformó al mundo. El nació en un lugar tan pobre que solo podía recibir el calor de su madre, su padre, una mula y un buey. ¿Pero sabes qué? El lo primero que recibió fueron los obsequios de unos reyes, que sin esperar nada a cambio, fueron hasta aquel pesebre a rendirle homenaje. Con el tiempo ese niño se hizo hombre y nos amó tanto que fue capaz de morir por nosotros para darnos y enseñarnos el mayor de los regalos: su amor.
También Santa vivió hace muchos años y él, también en su amor, daba obsequios a las personas mas necesitadas. El espíritu del niño de Belén tocó el corazón de Santa y el espíritu de Santa tocó nuestro corazón y el de todos los padres del mundo. Por eso los has tenido y siempre, mientras nosotros estemos, los seguirás teniendo.
Después de escucharlos les dije:
-Si, pero: ¿Para qué sirve una caja de madera que está vacía?
Mi mamá me dijo:
-Es una caja de truco. El fondo es removible y allí podrás tener tus secretos muy bien guardados.
Efectivamente, la caja tenía un fondo removible. Al abrirlo miré que estaba mi última carta a Santa: “Querido Santa, este año solo quiero pedirte un regalo verdadero, que sea duradero, que no se rompa y dure para siempre”.
Todo el día la pasé con mi caja. Aquella noche me senté con ella en la cama. Abría y cerraba a cada instante la tapa y miraba su fondo vacío. De pronto comencé a pensar que siempre yo había recibido cosas pero eran muy pocas las que yo había dado: di una galleta a Rufo ni perro, di una pelota a Andrés hace mucho tiempo, le di un lápiz a Laura en la escuela cuando a ella se le olvidó el suyo… Pensé… Pensé… ¡No había dado mas nada!
Esa noche decidí que eso cambiaría y les aseguro que mientras tomaba esta decisión, polvo de estrellas calló sobre mi cabeza y les aseguro que a lo lejos, o más bien sobre el techo de la casa me pareció oír: ¡Jo…Jo…Jo!
Ya han pasado muchos años y el tiempo me ha permitido descubrir que Santa verdaderamente existe, siempre y cuando nuestro corazón, esté lleno de bondad. Aquella caja al transcurrir de los años la fui llenando con la ilusión de las cartas de mis hijos a Santa, escritas con letras de aprendiz. Luego vinieron las cartas de las nietas y nietos con su respectiva carga de ilusión. ¡Y por fin! Pude entender que Santa sí existe en nuestros corazones y que aquella navidad me dio el más maravilloso de los obsequios, un regalo verdadero, que sea duradero, que no se rompa y dure para siempre: El amor. ¡Feliz Navidad!
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado, pasó por un zapatito roto y la próxima semana te cuento otro.
Recuerda: “Todos los niños son buenos y conservar la ilusión es el acto de amor mas hermoso que existe”