Estaba amaneciendo en la comarca y La Pulga Siniestra se estiraba con algo de frío y mucha flojera en su cama. La noche había sido muy larga y el trasnocho por la solución del caso del mono de cabeza calva lo había dejado extenuado. Pensó todavía medio dormido que se regalaría cinco minutos más de sueño, cuando de pronto sonó el teléfono:
-¿Aló? ¿Quién habla? Respondió La Pulga Siniestra, acompañando sus palabras con un largo bostezo.
Al otro lado del hilo telefónico se escuchó la voz de una persona mayor que decía:
-¿Hablo con La Pulga Siniestra?
Al escuchar la voz de aquel anciano de inmediato la reconoció, era Don Gregorio, un viejito muy simpático y agradable que se la pasaba echándoles bromas a los niños, les regalaba algunas veces caramelos y siempre daba buenos consejos. De inmediato La Pulga Siniestra despabiló y dijo:
-Si, soy yo Don Gregorio, ¿Qué está pasando?
-Mira Pulga, yo se que es temprano, pero durante toda la noche ha estado rondando por mi casa un animal muy extraño y necesito salir a comprar mis galletitas para comerlas remojadas en jugo de teque teque y me da mucho miedo porque ese animal es muy feo y parece que está de muy mal humor.
-¡No salga de su casa!, dígame ¿Cómo es el animal?
-Mientras hablo contigo lo veo por la ventana. Es grande pero no tanto, de repente hay mucho polvo donde el está y de pronto ya no, es color canela casi marrón y tirando a café con leche, casi siempre gruñe pero no tanto, algo le brilla y de pronto veo un colmillo o un ojo, pero lo que mas tiene es pelo y…
La Pulga Siniestra quedó muy confundida con la explicación de Don Gregorio, al principio creyó que podía ser un escolapio de las montañas nevadas, pero ellos son enemigos del polvo. Entonces pensó que pudiera ser un gritón de cuatro patas que son tan comunes en esta época, pero ellos no tienen colmillos, o pudiera ser un peluchín silvestre, sin embargo ellos no gruñen.
-Oiga Don Gregorio, no salga de la casa, voy de inmediato para allá.
-Gracias, ven rapidito porque el corazón me suena como tambor de media noche.
-Tranquilo, voy para su casa.
La Pulga Siniestra se vistió como de rayo, cogió su chaleco de sobrevivencia para casos extremos y los guantes contra ataques perversos y salió a casa de Don Gregorio.
Acababa de colgar el teléfono Don Gregorio, cuando sonó la puerta: Toc, Toc, Toc.
-¿Quién es?
-Soy yo, La Pulga Siniestra
-¡Caramba verdaderamente llegaste muy rápido! Dijo Don Gregorio abriendo la puerta a su amigo.
A veces y solo cuando las llamadas de auxilio eran verdaderamente importantes y las hacía un viejito que se llamara Gregorio, La Pulga Siniestra aplicaba velocidad extrema, técnica aprendida con los Lamas en el Tibet para escapar de las avalanchas de verano frío.
-¿Dónde está la bestia?
-Mírala, dijo Don Gregorio señalando por la ventana hacia el patio trasero.
-¡Huy! ¿Qué cosa es eso? Exclamó La Pulga Siniestra.
Nunca en su vida había visto semejante bola de pelos, polvo, color canela, era como Don Gregorio había dicho y ¡Hasta gruñía!
Sigilosamente salió de la casa y utilizando la técnica danzante de los maestros ninja para no ser oído, se acercó poco a poco, poco a poco… hasta que utilizando el truco de la velocidad de la luz, se colocó los guantes contra ataques perversos y brincó sobre aquel extraño animal. Don Gregorio observaba desde la ventana como se levantaba la nube de polvo y se escuchaban feroces gruñidos. Don Gregorio pensó que había hecho mal llamando a La Pulga Siniestra y de repente, tan rápido como comenzó, todo acabó. El polvo se fue asentando y a medida que esto ocurría fue apareciendo la imagen de La Pulga Siniestra con una cadena que sostenía la bola de pelos.
-¡Lo atrapaste!
-Si Don Gregorio, Voy a ver que hago con él. Ya puede ir a comprar sus galletas para comerlas con teque teque.
-¡Gracias amigo!
-Adiós Don Gregorio.
La Pulga Siniestra se fue luchando con ese animal por todo el camino hasta su casa. La gente de la comarca cuando lo veían se apartaba llenas de temor. Nadie había visto nunca un animal tan raro.
Cuando llegó a su casa lo llevó al patio trasero, metió al animal en una jaula de acero, se quitó sus guantes especiales y fue a buscar una manguera. A los pocos minutos, aquella enorme bola de pelos que gruñía se había convertido en una enorme bola de pelos que no gruñía. Con mucho cuidado lo fue observando y de pronto La Pulga Siniestra exclamó:
-¡Mira lo que es! ¡Pobre animalito!
Rápidamente se fue a la cocina y abrió una lata de carne expansiva, esa de la más ordinaria, de la que se le coloca una gota de agua y triplica su tamaño y se la dio para que comiera un poco. La carne expansiva desapareció rápidamente entre los colmillos del animalito. Al poco rato se quedó dormido.
Mientras el animalito dormía, La Pulga Siniestra buscó unas tijeras y un peine para desenredar nudos gordianos y con mucho sigilo, le cortó el pelo a aquel animalito. Poco a poco entre los pelos fue apareciendo un hermoso perrito color champaña casi marrón. La Pulga siniestra retiró de la jaula todos los pelos y lo dejó dormir todo lo que quisiera. Puso cerca de él agua y más carne expansiva y como ya era de noche se fue a dormir.
Al día siguiente La Pulga Siniestra se levantó muy temprano y fue a su biblioteca de sentido animal a repasar un poco el lenguaje perruno en su dialecto más silvestre.
De pronto escuchó un ladrido que traducido del lenguaje perruno significa:
-¿Qué estoy haciendo aquí?
De inmediato La Pulga Siniestra se acercó a la jaula y le dijo en lenguaje perruno:
-Estás en mi casa.
-¡Aja! ¡Con que eres tú! ¿No te bastaron todas las mordidas que te di?
-Sabes amigo, ninguna de ellas me hizo ningún daño, traía puestos mis guantes especiales contra ataques perversos y gracias a ellos te pude encadenar y traerte aquí.
-¿Qué me hiciste? Me siento mucho mas liviano pero con la panza llena.
-Te quité toda esa maraña de pelos que tenías encima.
El perro salió corriendo a mirar su imagen en el reflejo del plato de agua y exclamó:
-¡Por fin! Tanto pelo no me dejaba oír, hablar, ver y comer bien. Gracias. Después de todo parece que tú no eres como los demás.
-¿Cuáles?
-Los que me zumbaban piedras, me asustaban con sus gritos y a veces hasta de solo mirarme salían corriendo.
-Lo que pasaba era que con tanto pelo tus ladridos se convertían en gruñidos.
-¿Porqué estoy en esta jaula?
-Porque cuando te puse allí no sabía que clase de animal eras y desconocía si morderías a alguien.
-Yo te mordía porque no sabía lo que me ibas a hacer.
-Bien, a mi no me gusta nada eso de tener a alguien encerrado, ya te abro la puerta.
La Pulga Siniestra en base a su basta experiencia en el campo de la psicología animal, sabía que este perrito había sufrido mucho solamente por tener el pelo largo, lo que necesitaba era tan solo un poco de afecto. Abrió la jaula…
-Gracias, me siento muy bien.
-¿Por qué estabas en la casa de Don Gregorio?
-¿Quién es Don Gregorio?
-El anciano que es dueño de la casa donde te encontré.
-Bueno, un día yo estaba escondiéndome de unos niños que me estaban persiguiendo por el bosque y vi que por el camino venía un señor con un bastón en su mano, yo me escondí creyendo que me estaba persiguiendo y me iba apegar. De repente se agachó muy cerca de mí y recogió del suelo un huevito que había caído de un nido de un árbol que estaba allí y lo colocó adentro. La palomota se acercó al hombro del anciano y le hizo cariño en la oreja. El anciano a tomó con cuidado y la colocó sobre su huevito. Al ver yo esto lo seguí hasta su casa. Como ya estaba oscureciendo decidí dormir en el patio, detrás de unos leños que están allí. Cuando amaneció yo comencé a ladrar al verlo que estaba por salir a ver si a mi también me ayudaba como lo hizo con el huevito y la palomita, creo que él entendió mal mis ladridos. Luego apareciste tú con unos guantes rojos a tratar de agarrarme, yo creí que me ibas a pegar y por eso decidí luchar, pero tú me venciste y ahora estoy aquí, bien comido, bebido y sin ese poco de pelo que tanto problema me trajo.
-¿Viviste con alguien antes?
-Si, era una niña muy buena, siempre jugaba con ella pero un día fuimos de paseo y no se dieron cuenta sus papás de que ella lloraba por mí y así sin más se llevaron a mi niña y me dejaron en el bosque.
-¿Quieres dar un paseo?
-¿No me van a corretear, asustar, gritar…?
-No, ven conmigo.
Los dos salieron de la casa y caminaron tranquilamente por la comarca, la gente que saludaba a La Pulga Siniestra le decía:
-¡Que perrito más simpático!
Siguieron caminando hasta que llegaron a la casa de Don Gregorio.
-¡Oye! ¡Aquí vive el anciano!
-Si, ¡Hola Don Gregorio!
-Hola Pulga Siniestra ¿Pudiste deshacerte de la bestia que estaba en mi patio ayer?
-Bueno, de parte de ella, solo le quité los pelos.
-Y ¿Cómo hiciste para que no te mordiera? ¡Era muy feroz!
-Bueno, un poco de paciencia y todo al final salió muy bien. Don Gregorio quisiera hacerle una pregunta.
-Dime Pulga Siniestra
-¿Le gustaría tener una compañía como esta que traigo hoy yo aquí?
-La verdad es que a veces me siento muy solo. Mi nieta viene solo dos veces al año y la compañía es necesaria. Desde que te vi llegar miré ese hermoso animalito que viene contigo y la verdad que iba a preguntarte donde lo encontraste para buscar yo uno.
La Pulga Siniestra le contó a Don Gregorio todo lo que le había pasado al perrito. Don Gregorio dejó caer una lágrima por su mejilla y lleno de ternura abrazó al perrito.
-¡Lo quiero!
La Pulga Siniestra habló en lenguaje perruno con el perrito y le preguntó su nombre.
-Don Gregorio, dice que se llama Molar porque cuando era pequeño todo lo que tocaba lo dejaba molido.
Desde aquel día a Don Gregorio se le veía muy feliz acompañado de su bastón y de su fiel amigo Molar.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado, pasó por un zapatito roto y la próxima semana te cuento otro.