domingo, 25 de septiembre de 2011

"UNA HISTORIA DE AMOR" Caso 125



La Historia de Paulina comenzó hace muchos años cuando, siendo muy pequeña, asistió por primera vez a la escuela de la comarca. Sus vecinitos le habían informado que la escuela era un lugar muy bonito donde se encontraban todos los días niños con los que se podía jugar, correr, saltar, cantar y estudiar. Aquél día Paulina estaba muy nerviosa. Su mamá la llevaba de la mano y al llegar a la escuela le mostró lo bonita que era. Una maestra las recibió en la puerta y las acompañaron hasta el salón de clases. Era una sala grande con unas mesitas y sus sillas de variados colores, en una esquina había un gran estante con todo tipo de juegos, al otro lado había una biblioteca llena de cuentos para niños, más allá se veía un hermoso jardín con flores multicolores y cerca de los columpios estaba una joven que jugaba a dar vueltas con todos los niños agarrada de las manos. Al poco tiempo sonó un timbre y todos de manera ordenada se pusieron en fila. Paulina se despidió de su mamá con un fuerte abrazo y un gran beso al tiempo que escuchaba:

-Te quiero mucho, sé una buena niña y sé obediente a tu maestra. Aquí tendrás muchos y buenos amiguitos. Come todo lo que tienes en la vianda.

-Si mami, si mami.

Paulina estaba un poco nerviosa pero se armó de valor y se acomodó en la fila con los otros niños. De pronto, una señora mayor les habló dando a todos la bienvenida y deseando éxito en el nuevo año escolar. Luego fueron pasando en forma ordenada hasta el salón, poco a poco se fueron ubicando en las sillas que más le gustaba a cada uno, pero Paulina estaba apenada y no se atrevía a sentar en ningún lado.

-Paulina, -dijo la joven maestra- ¿Te gusta este lugar? –al tiempo que señalaba una silla rosada cerca del estante de juegos.

Paulina calladamente se sentó y puso su lonchera sobre la mesa.

-Buenos días queridos amiguitos,  lo primero que vamos a hacer es conocernos y para hacerlo, cada uno dirá su nombre.

Así se oía: Fermín, Ana, Tibi, Lourdes, Pedro, Pepe, Juan, Carlitos, Isabel, Cristina, Ivonne, Luís, Paulina.

-Oye, -dijo la maestra señalando a un niño sentado detrás de Paulina- ¿Y tú cómo te llamas?

Paulina volteó a mirar a aquél niño y quedó muy impresionada al verlo, tenía sobre su cabeza un par de antenas adaptadas que terminaban en lucecitas incandescentes que brillaban parpadeando sin cesar.

-Yo me llamo Pulga, es un nombre compuesto por la mezcla de los nombre de mis abuelos Pulirán y Gargantón, los cuales tenían el mismo apellido Siniestra, que viene de una lengua antigua “Siniestrabaribicus” que significa: “Amigo de los buenos”.

Paulina miraba y miraba aquél niño tan extraño, con un traje todito verde y con esa forma tan extraña de hablar.
Durante la mañana realizaron varias actividades, Jugaron a pon la cola al payaso, colócale la gorra al burro y cantaron dos canciones al revés. Luego sonó el timbre de receso y Paulina salió al jardín con los demás niños, se sentó en un banquito y sacó de su lonchera una torta de chocolate fundido con morgones glaseados y un jugo de yucatema. Cerca de ella estaba aquél niño tan raro. No comía, tenía en sus manos una hormiga y parecía que hablaba con ella.

-¿Qué haces? –Preguntó Paulina a Pulga- ¿No comes?

- No, estoy aprendiendo el idioma hormigatín. Pudiera ser que en un futuro me sea necesario para ayudar a alguien.

-¿Cómo que para ayudar a alguien? ¿Conoces a alguien que esté en problemas?

-No, pero debo estar preparado por si acaso.

Aquella respuesta cautivó aún más la curiosidad de Paulina que ahora con menos pena preguntaba:

-¿Dónde vives?

-En la comarca, Calle La Ilusión, número 7

-Toma, -Paulina extendió un pedazo de torta a Pulga- es bueno aprender pero también es bueno comer para tener buena salud. Mi mamá siempre me recuerda lo importante de ingerir alimentos nutritivos. Hoy me dio torta por ser el primer día de clases pero a partir de mañana me dará un sanduche de queso y huevito, una fruta y un jugo o leche, hasta que llegue a la casa a almorzar.

-Gracias Paulina, eres una niña muy buena.

Mientras comían estuvieron hablando de muchas cosas: las aves de pico corto, el camarón ponchado, el zorro dormilón, el caracol sabanero y lo que más le gustaba a Paulina, contaron historias de fantasmas no aparecidos y no fallecidos, para no asustarse y poder dormir en la noche. Al rato sonó el timbre y volvieron al salón. Allí dibujaron cada uno a su familia. El dibujo de Paulina era muy bonito, había un papá, una mamá y una niña. El dibujo de Pulga era muy extraño: una puerta con un cartel que decía “Ultra Secreto” y más abajo “Laboratorio”. Luego sonó el timbre y a medida que fueron llegando los padres se iban retirando los niños. Cuando llegó la mamá de Paulina la joven maestra dijo:

-Paulina, llegó tu mami.

Paulina se paró rapidito de la silla y salió corriendo hacia la puerta a encontrarse con su mamá, pero sintió que alguien la sujetaba y volteó a mirar.

-Toma - Pulga extendía su mano hacia Paulina, en ella había una flor de margarita.

Desde aquel momento en el primer día de clase hasta hoy, el romance se apoderó de Paulina que es la admiradora secreta de La Pulga Siniestra. Han pasado los años y la amistad entre ellos es cada día más bonita.
Hoy paulina es maestra en la escuela de la comarca y cada día llega al mismo salón donde conoció a Pulga y siempre se sienta en el mismo banquito a comer con sus alumnitos. De pronto, mientras come y divaga con sus pensamientos escucha un pequeño alboroto. El maestro de lenguas muertas no reconocidas está discutiendo con el maestro de cálculo renal.

-Estoy seguro que yo la dejé aquí –dice el maestro de lenguas muertas no reconocidas.

-Pues aquí no hay nada-replicaba el maestro de cálculo renal.

-¿Qué está pasando? –Preguntó Paulina. ¿A qué se debe el alboroto?

-Alguien se ha llevado la Lengua de Humedad Perpetua, la que se utiliza para las estampillas –respondieron al unísono los maestros.

-¿Quién se llevaría la lengua de humedad perpetua? ¿Alguien que pondría muchas cartas? –se preguntaba Paulina.

Paulina no lo dudó ni un segundo. Se puso en contacto con La Pulga Siniestra para que ayudara a descifrar aquél tremendo problema.
Al poco tiempo apareció en su vieja escuela La Pulga Siniestra. Paulina lo vio de arriba hacia abajo y le dijo:
-Hola Pulga, ¡Tan atractivo como siempre!

La Pulga Siniestra se sonrojó y mirando a su queridísima y vieja amiga,  después de responder a su saludo, le preguntó:

-¿Qué está pasando?

Paulina le contó a La Pulga Siniestra todo lo que había sucedido sobre la desaparición de la Lengua  de la Humedad Perpetua. Además recordó lo importante que era para la escuela tenerla, no solo porque la escuela la necesitaba para el envío de la correspondencia, sino que era un obsequio del Mago Merlín, quien se la dio a la Directora cuando ayudó a despegar la lengua de su paladar, después de enviar mil cartas de navidad.

-No te preocupes, yo te la traeré.

A Paulina le encantaba la cara de seriedad que ponía La Pulga Siniestra cuando iniciaba una investigación.
De inmediato La Pulga Siniestra echó una ojeada por toda la escuela, hasta que encontró el rastro. En una pared comenzaba una fila de estampillas que cruzaban todo el salón por el techo, pasaban por el pasillo y llegaban hasta los baños. ¡Y allí estaba la causa!, dos pequeños traviesos, uno sobre los hombros del otro, con un fajo de estampillas y la Lengua de Humedad Perpetua colocando timbres fiscales por todo el techo.
A verse descubiertos por La Pulga Siniestra, se rindieron ante su mirada serena pero inquisidora. Soltaron todo y salieron corriendo a esconderse debajo de un escritorio del salón de al lado.
Con calma recogió todos los sellos y la Lengua de Humedad Perpetua y se los llevó a Paulina.

-Siempre tan eficiente –dijo Paulina al tiempo que recibía todo- ¿Descubriste a los culpables?

-Sí, dos amiguitos traviesos que están debajo de tu escritorio. Ya con el susto es suficiente castigo. Bueno, debo irme, tengo más trabajo por realizar.

La Pulga Siniestra le dio un abrazo a Paulina y se retiró bajo la mirada de admiración de los maestros y en especial la de ella.
Luego de colocar todo en su sitio, Paulina fue a sentarse en su banco y allí encontró una hermosa margarita.

Y colorín colorado este cuento se ha terminado, pasó por un zapatito roto y la próxima semana te cuento otro.

domingo, 11 de septiembre de 2011

"EL PANADERO Y LA SUBITA AMASADA" Caso 035



Giuseppe era el panadero de la comarca. Por mucho tiempo trabajó para comprar una máquina de amasar, ya que por muchos años lo había hecho a mano. El dinero ahorrado  ya estaba en su cartera y hoy iría a realizar la operación comercial en el poblado de Mazapán, lugar de residencia de los panaderos más famosos de la región y donde se encontraba la poderosa amasadora que mejoraría la producción y él se cansaría menos. Era muy temprano, el Sol no había aparecido en el horizonte cuando acomodó los aperos a la carreta de su viejo caballo Relámpago y montó en ella en búsqueda de su gran sueño. Después de varias horas de viaje a paso de Relámpago, llegó a Mazapán. Los aromas eran impresionantes: pan de cebada, pan de avena, pan campesino, pan sobado, pan francés, pan de banquete, pan redondo y el más sabroso de todos, el pan de piquito. Giuseppe había llegado a la puerta de la fábrica de amasadoras, arriba en un gran cartel se podía leer: “El Paraíso del Pan”. Sus piernas temblaban de la emoción, bajó de la carreta y tocó la puerta: Toc, Toc, Toc. 

-¿Quién es?

-Soy Giuseppe, el panadero de la comarca, vengo a hacer negocio con Don Pepino de la Pizza por una máquina de amasar pan.

-Oh si, pase adelante, ya le aviso a Don Pepino, por favor tome asiento.

Giuseppe se sentó en una pequeña silla que estaba al lado de un gran escritorio. Miraba la cantidad de fotos y reconocimientos que colgaban detrás del escritorio de Don Pepino cuando éste llegó. Era un hombre bastante corpulento y muy serio. Con voz grave preguntó:

-¿Ya sabe cuál es la máquina que desea comprar?

-Si Don Pepino, es aquélla de la foto – al tiempo que señalaba una foto justo detrás de Don Pepino- la que tiene la manivela dorada.

-¡Excelente elección! Con una máquina así comencé yo hace mucho tiempo a hacer pan y mire hasta donde he llegado. ¿Tiene Ud. el dinero?

-Sí, aquí tengo los tres mil churuponis mas mil aparte para llevar 20 sacos de harina y 2 de levadura de triple acción.

-¡Caramba ya veo que quiere comenzar en grande! Mire, me gusta la gente trabajadora, le voy a obsequiar un saco de levadura que yo preparo con ingredientes secretos que le harán rendir la harina 5 veces más de lo que Ud. está acostumbrado a amasar.

-¿Si?, yo no conocía de la existencia de esa levadura tan especial.

-Pruébela y verá. Estoy seguro que la próxima vez que quiera comprar levadura querrá comprar ésta. 

-Bueno la probaré y veremos que tal sale el pan.

Luego de cerrar el negocio, unos obreros pusieron la máquina de amasar, los sacos de harina y los de levadura en la carreta y Giuseppe inició el camino de regreso a la comarca. Iba de lo más contento entonando aquélla canción que le enseñó su padre: “Marcelino pan y vino quebró un vaso en el camino, pobre vaso pobre vino pobre pan de Marcelino”. Cuando llegó a la panadería los vecinos se agolparon para ver la máquina de amasar de Giuseppe, todos estaban muy contentos, algunos curiosos preguntaban:

-¿Y ésa manivela dorada para qué sirve? ¿Por dónde se le echa la harina? ¿Cuánto pan puedes hacer en un día?

Y Giuseppe muy orgulloso iba explicando cada una de las preguntas a sus vecinos. Entre varios ayudaron a bajar la máquina de amasar, los sacos y la levadura y Giuseppe le quitó los aperos a Relámpago y lo llevó al establo para que bebiera y comiera. Muy temprano en la mañana Giuseppe se levantó a trabajar, encendió la amasadora, echó el agua, la harina y cuando fue a echar la levadura se dio cuenta que los sacos eran iguales y no sabía cuál era el que contenía la levadura especial que le había regalado Don Pepino de la Pizza. Pensó, para un saco es una medida de la jarra roja; voy a usar la medida de siempre y veré que pasa. Sin saber de qué saco de levadura agarraba, sacó de uno de ellos una medida de la jarra roja y se la echó a la amasadora. Mientras tanto se amasaba la harina encendió el viejo horno de leña, luego volvió a la amasadora y vio que todo estaba normal, preparó los panes de piquito y los metió dentro del horno en una bandeja. Ahora era cuestión de esperar un poco a que la nariz experimentada de Giuseppe diera el visto bueno para sacar el pan. Ya el aroma estaba comenzando a salir por toda la panadería cuando Giuseppe decidió echar un vistazo a ver qué tal iba aquello. Lo que vio lo sorprendió muchísimo, había metido un poco de masa y ésta había crecido tanto que el pan de piquito no saldría por la puerta del horno. Trató de sacarlo pero el pan crecía cada vez más y más. De pronto, el pan abrió la puerta del horno y comenzó a salir y a llenar todo el espacio de la cocina. Salió corriendo hasta la farmacia y le pidió el teléfono prestado a su amigo Adolfo:

-¡Adolfo! ¡Adolfo!, es una emergencia, necesito tu teléfono.

-¡Vaya hombre estás muy pálido! ¿Qué está pasando?

-¡Necesito el teléfono por favor!

-Claro, tómalo.

-¿Aló? ¿Aló?, ¡Pulga Siniestra!, es Giuseppe, el pan creció y todo se está….

Mientras Giuseppe habla con La Pulga Siniestra Adolfo que miraba por el ventanal hacia la panadería exclama:

-¡Giuseppe! ¡Algo sale por la puerta y las ventanas de tu panadería!

Giuseppe voltea y mira como el pan convertido en una inmensa bola de harina sale por todos lados de la panadería hacia la calle y queda petrificado y mudo ante el terrorífico espectáculo.
Mientras tanto La Pulga Siniestra gracias a su intuición y a la rapidez con la que sus sentidos detectan las llamadas de emergencia extrema, deduce rápidamente la horripilante situación y como de rayo sale hacia la panadería de su amigo Giuseppe. Al llegar observa a la multitud agolpada y aterrorizada. Unos corrían a sus casas para protegerse a la vez que otros gritaban:

-¡Va a explotar! ¡Sálvese quien pueda! ¡Corran!

De pronto, La Pulga Siniestra analizó fríamente la situación y como si se hubiera detenido el tiempo estudió todas las posibilidades para evitar la tragedia que estaba a punto de ocurrir si no actuaba rápido. Acto seguido sacó del bolsillo de su chaleco para supervivencia una cinta métrica especial para medir panes de dimensiones extremas y rodeando con ella toda la casa exclamó:

-¡Tranquilos!, ha dejado de crecer, ya no explotará.

La gente poco a poco se fue acercando a la panadería de Giuseppe, admiraban aquella hermosa pero gigantesca pelota de pan de piquito. Todos la veían con extrema curiosidad, todos, menos Giuseppe que aún seguía paralizado y sin poder gesticular una sola palabra. La Pulga Siniestra se acercó hasta su amigo panadero. Le dio un pequeño toque en el hombro y le susurró al oído:

-Giuseppe, ya está listo el pan.

Giuseppe despabiló como por encanto y dijo:

- ¡Hay que sacarlo! a la vez que se movía hacia la panadería rápidamente.

-¡Espera Giuseppe! – Dijo La Pulga Siniestra - ¿Qué vas a hacer?

-El pan está listo – dijo Giuseppe – hay que sacarlo para la venta.

-¡Claro!, dijo La Pulga Siniestra - ¿Cómo no se me había ocurrido? Traigan unos serruchos queridos vecinos, hay mucho trabajo por hacer.

Coordinados en escuadrones de ataque para panes de piquito extremadamente sorpresivos, de todas partes salieron serruchos: pequeños, grandes, medianos y otro gigante que trajeron del aserradero “Aserrín Aserrán” y con todos ellos se empezaron a cortar rebanadas de pan de piquito. Vecinos de otros pueblos se enteraron de la noticia y llegaron a colaborar con la “OPERACIÓN SANDUCHE”, que fue el nombre que le puso La Pulga Siniestra al operativo. Ya a media mañana habían logrado entrar a la cocina de la panadería y la gente aprovechando que había mucho pan pidió permiso a Giuseppe para comer de él y como que el lechero pasaba casualmente por allí, comieron mucho pan de piquito remojadito en leche. Al fin y después de tres horas de arduo trabajo sacando rodajas de pan de piquito, lo colocaron en la carreta de relámpago, quien con la velocidad que lo caracteriza de diez kilómetros por hora, lo acercó hasta la estación del tren, en donde llenó tres vagones completos y fue enviado  a los pueblos vecinos donde se vendió muy barato. El resto del pan, por sugerencia de La Pulga Siniestra, se donó a las familias más necesitadas y al hospital de pulgas de perros abandonados. Luego entraron en acción las señoras de la comarca que con todo tipo de estropajos, acudieron al llamado de La Pulga Siniestra para colaborar con la limpieza de la panadería de Giuseppe. Aquello quedó todo como nuevo incluyendo la nueva amasadora de pan.
Luego de superada la crisis, la gente se reunió en la plaza del pueblo y allí Giuseppe les agradeció por la colaboración prestada y se comprometió a preparar pan gratis a toda la comarca por la ayuda prestada. A La Pulga Siniestra le obsequió un pan con la forma de La Pulga Siniestra hecho con restos del migajón del pan de piquito que tanto creció. Desde aquel día la gente de la región está muy contenta con su amigo Giuseppe quien ahora vende su mercancía a los pueblos vecinos y la va muy bien. La amasadora funciona réquete bien y la producción va en aumento. Lo único es que ya no se fabrica pan de piquito, ahora se hacen panes de banquete. A veces a Giuseppe se le olvida usar menos levadura y el pan se sale por toda la cocina, pero ya no es problema porque el pan de banquete es pequeño y con una pala es muy fácil de recoger. Don Pepino de la Pizza está muy contento con Giuseppe porque se ha vuelto su mejor cliente y entre los dos ha surgido una gran amistad. Igualmente el lechero está pensando en comprar varias vacas, pues la gente de la comarca y especial los niños están consumiendo más leche con su pan remojadito en ella. De todo lo acontecido allí nace el dicho popular “Aquí se acabó el pan de piquito”.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado, pasó por un zapatito roto y la próxima semana te cuento otro.

domingo, 4 de septiembre de 2011

"EL CALDERO GRASIENTO" Caso 084



Rosita era la mejor cocinera de toda la comarca, sus platos eran degustados por los paladares más exigentes de la región y su fama se extendía hasta el otro extremo del país. Su negocio de venta de comida tenía como sesenta años funcionando: primero su abuela, luego su madre y ahora ella. Desde muy antiguo, el plato más famoso era el sancocho de chivorí aliñado con salsa de chavito refrito con frijoles bayos. Muy tempranito, Rosita se levantaba a sazonar el chivorí y lo colocaba a lenta cocción en el viejo caldero de la abuela, luego se iba al pequeño huerto situado detrás del negocio y cosechaba el chavito y los frijolitos bayos y hacía la salsa secreta que tanta fama le habían dado. Cuando el chivorí se mezclaba con el chavito en el caldero grasiento de la abuela, el aroma se extendía por todo el local y salía a la calle; todo el que pasaba siempre decía: “Allí está Rosita, cocinando la receta de la abuela”, al tiempo que casi sin darse cuenta aquél maravilloso aroma les hacía agua la boca. Antes del medio día ya la gente se agolpaba a las puertas del negocio esperando que Rosita abriera para comer ese plato tan sabroso.
-Los cuatro meseros casi gritaban al unísono- ¡Sale un Chivorí en salsa con frijoles refritos!
-Tres chivorí en salsa con frijoles refritos para la mesa seis.
-Cinco chivorí para la mesa dos.
Y Rosita sirviendo a toda carrera plato tras plato en la cocina. Hasta que de pronto Rosita decía en voz alta:
-Sale el último plato de chivorí en salsa con frijoles fritos - Y siempre se escuchaba en el comedor:
-¿Seguro? ¿No queda aunque sea un poquito más?
Luego Rosita junto con los empleados lavaban toda la loza y limpiaban las mesas y el local en general, contaba el dinero y agotada se iba a acostar en un pequeño cuartito detrás de la cocina.
Así eran los días de Rosita, trabajando siempre con mucho esfuerzo y con mucho amor para preparar todos los días el mejor plato de sancocho de chivorí aliñado con salsa de chavito refrito con frijoles bayos de toda la comarca.
Un día Rosita se levanta como siempre, se dirige al huerto detrás del negocio y cuando entra a la cocina se da cuenta que algo falta:
-¿Dónde está mi caldero?
El chivorí cae al suelo a la vez que los frijoles se desparraman por todas partes.
-Ayer después de trabajar lo lavé y lo dejé aquí encima de la mesa, estoy segura.
Sin embargo se puso a buscarlo por todas partes: Debajo del fregadero. En el cuarto, en el comedor, sobre la despensa, dentro del bote de basura, dentro de la nevera. ¡Horror!, el caldero ha desaparecido, alguien lo ha robado.
Comenzaron a llegar los empleados y al enterarse de la nefasta noticia, quedaron alarmados.
-Andresito dijo- ¡Esto es terrible! ¡La inseguridad está por todos lados!
-Marcos a su vez exclamó- ¡Qué barbaridad! ¿A quién se le habrá ocurrido llevarse el caldero de la abuela?
-Ricardo, con los nervios de punta, solo alcanzó a decir- ¡Cáspita!
Marisela no dijo nada. Andresote la reanimaba del desmayo que acababa de tener al tiempo que decía:
-Ahora tendré que cuidar perritos otra vez.
Entretanto ya la gente comenzaba a agolparse a las puertas del local para tratar como todos los días, de obtener un puesto en una mesa para comer el delicioso chivorí en salsa con frijoles refritos. Armándose de valor Rosita se acercó a la puerta y enfrentó a la gente que a empujones pretendían entrar en el local.
-¡Calma! ¡Calma! Debo decirles algo
-¡No importa que le subas el precio al sancocho de chivorí aliñado con salsa de chavito refrito con frijoles bayos! – Dijo el farmaceuta – ¡igual quiero dos platos!
-No, no es eso.
-¡Hoy no nos vas a cobrar! – Dijo el banquero – ¡Entonces yo quiero tres!
-¡No!, hoy no hay comida.
Un silencio sepulcral que helaba la sangre inundó el ambiente: los ojos pelados, las bocas abiertas, la palidez en los rostros, y de pronto mil preguntas: ¿Qué pasó? ¿Por qué? ¿Estás enferma? ¿Se quemó la comida?
-No. El caldero de la abuela ha desaparecido.
-¿Cómo que el caldero de la abuela ha desaparecido?
-Sí, esta mañana cuando entré a la cocina para poner a hacer la comida ya no estaba.
Aquella noticia había caído como una bomba, todos estaban muy consternados, sabían que el caldero grasiento de la abuela era el único con el que se podía obtener aquel delicioso sabor.
La noticia se extendió como pólvora por toda la comarca y muchos se acercaban a Rosita y le manifestaban su pesar por la pérdida del caldero de la abuela.
La conmoción fue tan grande, que el rumor de aquella pérdida llegó hasta los oídos de La Pulga Siniestra.
-No estés triste Rosita, yo te ayudaré a encontrar el caldero de la abuela.
-¡Pulga Siniestra! ¡Qué bueno que estés aquí!
Rosita le contó a La Pulga Siniestra lo que había pasado sin olvidar ningún detalle. La Pulga Siniestra buscó su lupa de observación micro ocular polarizada y después de una revisión profunda consiguió en un lado de la puerta un poquito de resina auto adherente para cerraduras de locales de comida rápida y preguntó:
-¿Qué hace esto aquí?
Se la mostró a Rosita y le dijo:
-Prepara todo para mañana, esta noche tendrás el caldero de la abuela de nuevo en la cocina. Debo hacer unas investigaciones.
Primero se fue a su casa para analizar qué tipo de polímero pegostoso conformaba aquélla sustancia. Luego de someterlo a varios estudios con el residuómetro direccional obtuvo la ubicación del fabricante, al que llamó. Este le informó que se había fabricado una cantidad considerable para el ferrocarril de la comarca y que el mismo servía para pegar los rieles a los durmientes de madera, sin necesidad de utilizar clavos. Luego La Pulga Siniestra se fue a las vías del ferrocarril y preguntó a un trabajador:
-¿Para qué usan este pegamento en el ferrocarril?
-El Trabajador respondió- Se usa para pegar los rieles a los durmientes de madera. ¿Por qué?
-Es que encontré un poco de esa resina en la cerradura de la puerta del local de Rosita. Alguien puso un poco allí y la cerradura queda siempre abierta aunque al cerrar la puerta parece cerrada.
-Es extraño, hace dos días recibí un reporte de que se había extraviado un pote de resina, pero la verdad es que me pregunté: ¿Quién querrá un pote de resina?
-¿Puedes mostrarme dónde guardan la resina?
-Claro que sí.
El trabajador del ferrocarril llevó a La Pulga Siniestra hasta el vagón usado como depósito y cuando estaba buscando pistas, de repente vio el caldero de la abuela y de él estaba pegada una mano, de la mano un brazo y del brazo un hombre con sombrero de ala.
-¿Qué hace Ud. con el caldero de la abuela de Rosita?
-Lo encontré en el bosque, un hombrecillo con cara de duende, zapatos de duende, camisa de duende, pantalones arremangados de duende lo dejó allí. Cuando lo vi se asustó, dio un paso para atrás, dos hacia adelante, pegó un salto y desapareció. Vine a este vagón porque creía que podía encontrar algo para despegar mi mano del asa del caldero y luego llevarlo a mi amiga Rosita.
-¿El duendecillo fumaba una pipa?
-Sí, ¿Cómo lo sabes Pulga Siniestra?
-A ese duendecillo lo conozco yo y ya vamos a hablar con él.
La Pulga Siniestra emprendió camino con el caldero con la mano pegada a él, la mano pegada a un brazo y un brazo pegado a un hombre con sombrero de ala.
-Allá está – Señaló La Pulga Siniestra al pequeño hombrecillo que estaba sentado sobre una piedra - ¡Hola amigo duende!
El duende los miró y vio que con ellos venía también el caldero y exclamó:
-Estoy salvado, ya podré poner la olla al final del arcoíris.
-Querido amigo – Dijo La Pulga Siniestra entendiendo la situación – este caldero pertenece a Rosita y allí es donde ella prepara el  sancocho de chivorí aliñado con salsa de chavito refrito con frijoles bayos. Tú has tomado algo que no te pertenece.
-Es que estoy en un gravísimo problema: hace dos días salió el arcoíris y un campesino muy pobre llegó hasta la olla y se llevó el oro que le correspondía pero también se llevó la olla y me dejó sin un envase donde colocar el oro para otra persona necesitada. Yo fui al negocio de Rosita a comer y allí en su cocina vi el caldero de la abuela; era del tamaño apropiado y al salir le puse a la cerradura de la puerta un poco de pegamento para que cuando Rosita cerrara la cerradura quedara abierta y poder entrar. En la carrera derramé un poco de pegamento en el asa del caldero y cuando lo iba a limpiar en el bosque, oí un ruido y salí corriendo. Cuando volví ya no había caldero. Yo solo lo iba a tomar prestado por un rato mientras en la fragua me hacían otra olla.
En ese momento llegó un herrero gritando ¡Olla! ¡Olla!
-¿Ves? Ya llega mi olla.
-De todas formas debes acompañarme al negocio de Rosita a disculparte con ella.
-Está bien.
Los tres salieron rumbo al local de Rosita. Desde lejos ella los vio llegar con el caldero de la abuela, lo cual la puso muy contenta. Ya dentro del negocio, le explicaron a Rosita que la mano pegada al caldero no podía despegarse porque el pegamento era muy fuerte. También el duende se disculpó y le concedió a Rosita tres deseos por el daño causado. Ella pidió un caldero nuevo por cada deseo y acto seguido el duende encendió su pipa, dio dos pasos hacia atrás, uno hacia adelante y ¡Blof!, desapareció. Entretanto la gente se agolpaba a las puertas del negocio y lanzaban vítores en honor a La Pulga Siniestra por haber recuperado el caldero grasiento de la abuelita.
Ese día se preparó mucho sancocho de chivorí aliñado con salsa de chavito refrito con frijoles bayos y la gente estaba muy feliz, incluso el dueño de la mano pegada al brazo y el brazo pegado al cuerpo de un hombre con sombrero de ala que sostenía el caldero, pues hacía mucho tiempo no tenía empleo y Rosita lo contrató de por vida; así, cuando los otros calderos llegaron, el caldero de la abuela se paseaba entre las mesas y la gente lo veía junto con el hombre del sombrero de ala ancha, que de él servía el delicioso sancocho de chivorí aliñado con salsa de chavito refrito con frijoles bayos. Así vivieron por siempre jamás, muy contentos y comiendo el más y mejor sancocho de la comarca.

Y colorín colorado este cuento se ha terminado, pasó por un zapatito roto y la próxima semana te cuento otro.